Hace muchos años... en un país muy lejano... unos niños jugaron en un descampado a la pelota, toda la tarde, todas las tardes. Antes de que el solar se convierta en edificio. Esperando encontrar a algún conocido para poder hacerlo cada día, que alguien bajase una pelota, que hubiera un número de chavales suficiente para echar un partido, aunque fuera en porterías pequeñas, es decir, sin portero. Con la esperanza de poder pisar algún día con botas de tacos de aluminio el césped del Estadio, de Riazor. Y alguno, más de uno, lo consiguiera. Es posible que ellos sepan que el sueño y el camino se disfrutan más que de la meta alcanzada. O no. Algún otro no se despertó de esa ilusión hasta bien entrados los veinte años.
Cuando después de mucho tiempo y jirones de vida ya el hombre puede ver pasar delante de si una pelota sin correr hacia ella para darle unos toques, que sucede, por increíble que parezca, cree intuir que también aquí se han introducido los mercaderes del Templo.
Esto del fútbol es paradójico. Los más grandes no han salido de grandes escuelas sino de la escuela de la calle, de la escuela de la falta de abundancia, contra la naturaleza, rechonchos, cojitrancos, bajos y nada atléticos, contraviniedo las leyes de los estudiosos del deporte. Garrincha, Di Stefano, Maradona, Amancio, Messi, Juanito y mil etcéteras. Y sé que los más grandes sienten siempre que no hay nada en el mundo del fútbol comparable con la posibilidad de poder jugar, de tener una pelota en los pies; todo lo demás es sucedáneo.
Como digo, ahora que ya no hay ilusión en esta destartalada cabeza, he podido comprobar toda la parafernalia que se monta alrededor de lo que en inicio fue un juego de niños, es decir, una cosa auténtica, para convertirse en una excusa. Paso diariamente alrededor del Estadio Bernabéu y ahora con la final de la Liga de Campeones aún más, veo como revolotean encorbatados ejecutivos, no sé si para hacer negocio con la susodicha excusa o para sublimar lo que no pudieron ser de niños. Veo como expropian la calle y los derechos ciudadanos unos directivos confabulados con los políticos de turno que estarán encantados también de que no solo de pan viva el hombre. Asombrado compruebo como hay gente que acude a una pecera acristalada con servicio de camareras y canapés para ver un partido de fútbol. Me abochorna escuchar las tertulias televisivas que ya no saben de que hablar con "la salsa rosa" de los "barrios bajos" del balompié.
Ayer pasé por el Bernabéu y ya estaba expropiada la calle con más de 24 horas de antelación, los movimientos no eran fáciles, pero me fijé en un punto franco y con gente discurriendo, como contraste a las calles requisadas: la tienda del Real Madrid.
Quizá a esta gente no le gusta el fútbol sino el dinero o su sucedáneo que es la victoria.
Yo prefiero ver un partido de juveniles, de acordarme del vestuario con los compañeros en el campo de Elviña o Meicende antes y en el intermedio del partido en aquellos días de invierno, de haber vestido del Victoria todos los números de la defensa, de los "caldeirones" de Pirri, de Joanet llorando apoyado en el poste después de pararle un penalty a Gento, de la elegancia de Del Bosque jugador, del "Neno" que consiguió hacer que el Deportivo tocase sinfonías.
Y lo de la final de hoy... Seguro que se salva algo. Por ejemplo algo hará Ribery (¿juega en el Bayern?) que de lo poco que conozco me parece "un futbolista" el scarface este.
Pero a los mercaderes ¡qué les den morcillas!
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