jueves, 24 de marzo de 2011

Murió un perro de niños


Me cuenta mi hermano que murió su perro. Se llamaba Puskas, como el gordito jugador del Madrid (aún, uno de los mejores futbolistas de la historia). Se lo he tenido que contar a mis hijos, porque durante todas sus vacaciones han jugado con él. Mi pequeña de 9 años bajó la cabeza y se le saltaron las lágrimas.
Les hablé dos cosas.
Les dije que en mi niñez había un señor que se llamaba Félix Rodríguez de la Fuente que hacía documentales sobre la vida de los animales y que una vez comentó que él no se imaginaba el Cielo sin sus animalitos.
También les dije que los perros que se conocen cuando niño, serán los perros que se llevarán en el corazón toda la vida, porque aunque realmente solo duren una docena de años, uno los lleva consigo como si casi siempre hubieran estado aquí. Es verdad que solo me acuerdo de aquellos de mi infancia y adolescencia: Cholo, Tutú, Coco...
A pesar de que no todos los perros me gustan, Puskas era mi perro ideal, estaba cerca pero respetaba tu espacio, era cariñoso con los niños y aunque involuntariamente lo pisaran no mordía, hacía honor a su nombre y jugaba a su manera al fútbol: presentaba la pelota para que tú la patearas y él la iba a buscar a la carrera, ladraba también (no era perro de lazitos) porque defendía su territorio ante extraños. La educación es la base de la convivencia y él estaba muy bien educado. Aceptaba las caricias y se acostaba cerca, sobre todo ya de mayor. Aceptaba el cariño cuando se le daba y no lo demandaba de forma agobiante cuando no se le daba o se le dejaba solo. Dos ojillos de distinto color se podían intuir entre sus largas lanas.
Como cuando fui pequeño no nos era muy fácil conseguir muchos balones de cuero, me extrañaba que mi cuñada sin rechistar siempre le comprara uno para que pudiese jugar, porque los pinchaba frecuentemente al agarrarlos con sus dientes. Ahora sé porqué era tan bueno: porque también recibía bondad.

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