¡Por fin volví a Soria! Con mis hijos, sin mis papás. Hace 50 años yo estaba allí, durante mis tres primeros años, cuando mis padres comenzaban a formar su familia. En fotos en blanco y negro quedó reflejado. Poco tiempo, como poco estuvo Machado, pero de profundo calado. Hice vivos, reales, personales, los versos de Machado, me imagino que como tantas otras personas. Los hice míos. Y sentí la emoción de recorrer sus calles y lugares con nombres familiares para mi porque me lo contaron mis padres (El Collado, el Mirón, Valonsadero, San Polo y San Saturio), vi la misma Delegación de Hacienda de la foto de mi álbum familiar en la que trabajó mi padre, localicé la humilde casa donde vivimos en la calle Real. Era algo que me debía a mi mismo y a mis padres, que siempre hablaron de Soria con cariño. Sé que no es bueno para mi llamar a la "saudade" pero no puedo evitarlo. Me siento soriano también y tenía ganas de decirles: "yo recorrí vuestras calles cuando empezaba mi vida", aunque las personas que me conocieron allí ya no pudieran oírme. A mis hijos, mis tesoros, les quise contar. No sé si les quedaría algo. Pero las experiencias profundas son intransferibles. El paso irreversible de tiempo, los caminos posteriores, los afanes de mis queridos padres. Y su ausencia. Hoy que las ausencias se me hacen inmensas.
He vuelto a ver los álamos dorados,
álamos del camino en la ribera
del Duero, entre San Polo y San Saturio,
tras las murallas viejas
de Soria—barbacana
hacia Aragón, en castellana tierra—.
Estos chopos del río, que acompañan
con el sonido de sus hojas secas
el son del agua cuando el viento sopla,
tienen en sus cortezas
grabadas iniciales que son nombres
de enamorados, cifras que son fechas.
¡Álamos del amor, que ayer tuvisteis
de ruiseñores vuestras ramas llenas;
álamos que seréis mañana liras
del viento perfumado en primavera;
álamos del amor cerca del agua
que corre y pasa y sueña,
álamos de las márgenes del Duero,
conmigo vais, mi corazòn os lleva!
¡Oh!, sí, conmigo vais, campos de Soria,
tardes tranquilas, montes de violeta,
alamedas del río, verde sueño
del suelo gris y de la parda tierra,
agria melancolía
de la ciudad decrépita,
me habéis llegado al alma,
¿o acaso estabais en el fondo de ella?
¡Gentes del alto llano numantino
que a Dios guardáis como cristianas viejas,
que el sol de España os llene
de alegría, de luz y de riqueza!
álamos del camino en la ribera
del Duero, entre San Polo y San Saturio,
tras las murallas viejas
de Soria—barbacana
hacia Aragón, en castellana tierra—.
Estos chopos del río, que acompañan
con el sonido de sus hojas secas
el son del agua cuando el viento sopla,
tienen en sus cortezas
grabadas iniciales que son nombres
de enamorados, cifras que son fechas.
¡Álamos del amor, que ayer tuvisteis
de ruiseñores vuestras ramas llenas;
álamos que seréis mañana liras
del viento perfumado en primavera;
álamos del amor cerca del agua
que corre y pasa y sueña,
álamos de las márgenes del Duero,
conmigo vais, mi corazòn os lleva!
¡Oh!, sí, conmigo vais, campos de Soria,
tardes tranquilas, montes de violeta,
alamedas del río, verde sueño
del suelo gris y de la parda tierra,
agria melancolía
de la ciudad decrépita,
me habéis llegado al alma,
¿o acaso estabais en el fondo de ella?
¡Gentes del alto llano numantino
que a Dios guardáis como cristianas viejas,
que el sol de España os llene
de alegría, de luz y de riqueza!
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