viernes, 1 de mayo de 2009

Algunos trabajadores que no se manifestaron nunca

Nació en una aldea y desde niño trabajó la tierra. Como no la tenía propia, emigró a otra aldea para trabajar la de otros. Ahora tiene 79 u 80 años y, como prácticamente todos los días de su vida, sigue trabajando en la agricultura, ya sin vacas ni arado romano, con una especie de moto con volquete, en alguno de los pocos terrenos que aún se cultivan en esa zona. Es un hombre grande y no aparenta la edad. Es de esas personas que parece detenerse el tiempo con ellas. Es de esa gente que parece haber estado siempre ahí. En esa segunda tierra sacó adelante a su familia. Su mujer era también labradora y le acaba de dejar hace pocos meses. Estuvieron casados 56 años y me contó que se llevaban bien. Las últimas horas se tumbó a su lado y ella le cogió de la mano antes de morir. Me confiesa que la echa en falta, pero todo lo que cuenta lo hace sin ninguna concesión al sentimentalismo. No ha tenido tiempo nunca para eso. Le gusta el fútbol, aunque sería más exacto decir que el Real Madrid, y las fiestas. Ha querido dejar este año la Comisión, por lo del luto.

Se puso a trabajar de aprendiza en una peluquería desde los 15 años, además de ayudar en su casa con una madre enferma. Se quedó viuda muy joven, con dos niñas muy pequeñas. Me dijo que no se había podido tomar ni un solo mes de vacaciones a lo largo de su vida laboral. Casi 50 años. Es trabajadora autónoma. A la playa se iba alguna tarde en verano y algún fin de semana con sus niñas. Hoy sigue trabajando con una prima en una pequeña peluquería, atendiendo a sus clientas de siempre, ya muy mayores y que no pueden entender que el local no esté abierto según lo necesiten. Tiene que operarse de las dos rodillas porque sus meniscos están rotos y el calor del secador no es lo más adecuado para su alergia. Pero no puede contratar a nadie ni dejarlo hasta los 65, que se le hacen interminables. Hace poco me dijo: “quieren subir la edad de jubilación pero eso no lo pueden hacer… ¡nooo!”. Era una manera de decir: “no me puede pasar esto a mi que (como se dice por aquellos lares) no doy llegado”. Pero ha conseguido criar a sus hijas.

Hace unos meses celebró sus “bodas de oro sacerdotales”. Es decir, 50 años de cura de aldea. “Vives como un cura” se decía antes, y él aún pilló esa etapa histórica en parte, pero ahora no es lo mismo. La relevancia social de la Iglesia ya no existe. Con más de 75 años sigue atendiendo una parroquia y sus capillas, entierros, bodas y bautizos. No quedan curas. No pueden darle la jubilación aunque ya tiene varios compañeros jubilados. Algún viaje hizo, pero eso del mes de vacaciones anual, no lo conoce. Vive solo, eso es lo más duro, porque las hermanas se han ido muriendo. Pero ahí sigue, al pie de su cañón. Siega la hierba de la huerta, poda y cuida la viña que la circunda.

Trajo al mundo a cuatro niños. Vivían de alquiler en un cuarto piso sin ascensor y al principio sin lavadora. Cuando comenzaron a estudiar en la Universidad y ella ya pasaba de los 50 años tuvo la oportunidad y la necesidad de reingresar en el cuerpo de Maestros Nacionales. Le tocó una escuela unitaria en una aldea, con niños en la etapa Infantil (4/5 años). Se iba en su ochocientos cincuenta todos los días a aquella escuela cuando aún había carreteras con curvas y volvía a su casa por la tarde. Después de jubilarse, pasó a tener que cuidar sucesivamente a dos hermanas enfermas. Se puso a pintar cuadros y aún seguía yendo a colaborar en Caritas hasta que enfermó. Había sido muy guapa y alegre. Está siempre presente.

Fue en busca de trabajo lejos. Comenzó desde abajo. Gracias a su esfuerzo, consiguió comprar con su hipoteca un pequeño apartamento. A principios de este año perdió su empleo y ahora con más de cuarenta está volviendo a empezar. Domina cuatro o cinco idiomas pero, por ahora, no ha encontrado nada. Estudia mientras y dice que mantiene su ánimo.

¡Qué común es hoy ver la cantidad de gobernantes que tienen como curriculum laboral excusivo el de provenir del partido de turno y luego, antes de los treinta, acceder a un puesto ejecutivo, sin haberse ganado el pan con el sudor de su frente en la calle!

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